A oscuras

A oscuras

A oscuras

“La noche es una fiesta larga y sola”.
Jorge Luis Borges

La nocturnidad, fenómeno intrínseco y particular en el que se vinculan y asocian, en el que el velo de lo oscuro autoriza los vínculos más inverosímiles y extravagantes, engañados de una luminosidad estroboscópica que ilumina la nada misma. 

La ciudad es de los jóvenes en cuanto los adultos se entregan al sueño: se adueñan, la toman y la independizan cada fin de semana. Utilizan este tiempo para reconquistar el espacio urbano, las calles, las plazas, los boliches, los bares, los recovecos o una escalinata donde estar. Todo es parte del trofeo.

Es fundamental en la nocturnidad “la promesa de la fiesta” que transcurre en esas horas de ilusión bienhechora, bajo la protección del ángel de la oscuridad y la ceguera propicia del adormecimiento de “los otros”.

“Anduve lo mismo que cualquiera en busca de unas manos que,
en mitad de la noche, entre tantos idiomas el mío comprendieran”

Joaquín Sabina

El distanciamiento comienza a producirse. La noche adquiere una corporación juvenil, un territorio insular en el que el imaginario posibilita y habilita promesas de éxito. Un simulacro de aceptaciones y comercializaciones. Un escenario donde brillar unos, una cruel exclusión para otros; porque la noche es desalmada y para ser “elegible” hay que someterse, adaptarse, ceder, parecerse. 

Suscritos por el “no”, los jóvenes son negados, incompletos, ni niños ni adultos, con sus prácticas negativizadas y juzgadas a la vez. Rehenes del mercado de la posmodernidad que les ofreció el éxito a través de sus intereses económicos, en la comercialización de bebidas alcohólicas como imagen de triunfo y de aceptación, y por qué no también como bálsamo para los fracasos cotidianos.

En todos los ambientes las reglas son muy parecidas, lo que cambia es la calidad del producto: los jóvenes se han transformado en una “pieza de caza” del mercado.

La mercantilización de la noche es oscura, como ella misma, desde una lata de cerveza hasta la sustancia más exorbitante. Se bebe y se consume con buenas ofertas en algún boliche, en el hueco del medidor de gas o en la vereda del “mini market”. En los ambientes más snobs y en los más populares las reglas son muy parecidas, lo que cambia es la calidad del producto. Los jóvenes se han transformado en una “pieza de caza” del mercado. Muchos son seducidos por la práctica de “la previa”, donde han naturalizado la socialización a través del alcohol como inicio de la diversión y primera puerta del descontrol. La Universidad Católica Argentina asegura que gran parte de los jóvenes considera que en la noche el alcohol es infaltable, la marihuana es complemento y otras drogas son el fantasma, trilogía casi exacta para una saga de deterioro y ficticias ilusiones de fiesta.

La violencia es dama de compañía. La desigualdad se acrecienta y la vulnerabilidad los deja al descubierto. Muestra la fragilidad de los sujetos en la miseria del trasfondo de la intemperie del consumo. Aparecen la exclusión, la desigualdad, la estratificación y más tarde, como resultado, los vidrios estallando, las corridas, los puños apretados, la ambulancia… y el silencio.  

“Quién eres tú que oculto por la noche
entras en mis secretos pensamientos.”
William Shakespeare

Los jóvenes de Turín debían atravesar circunstancias infelices y angustiosas. La estación de Porta Palazzo era un mercado de oferta de miserables trabajos, indiferencia y hambre, donde la vida de los jóvenes se ponía en juego ante el desamparo de una sociedad sin reparos para con aquel que debía crecer y ser feliz. La cárcel los reunía como moscas porque delinquir era una de las formas de intentar “hacer algo con sus historias”.

Ofrecer con transparencia la preocupación por sus historias y el desvelo por sus decisiones estrepitosas es una presencia certera y próxima.

Esa problemática de la época suscitó la mirada profunda y la respuesta contundente de Don Bosco y de Madre Mazzarello. Pero la descalificación de los jóvenes sigue siendo moneda corriente y ellos lo saben. Habitan en ese limbo semanal rutinario para reagruparse nuevamente el fin de semana en ese ilusorio universo que les da identidad y los provee de lo necesario para socializar y marcar territorio.

La estigmatización de los “nativos” y su desabrigo es también una cuestión cultural. El prejuicio y la desvalorización de sus significantes propicia que caminen al borde del abismo. Es necesario comprenderlos de forma contextualizada, advertir que la ternura abre puertas y que son accesibles a propuestas de intervención de quienes generen empatía. 

Ofrecer con transparencia la preocupación por sus historias y el desvelo por sus decisiones estrepitosas es una presencia certera y próxima. No dejar que les roben la verdadera alegría es nuestro deber, no dejar que el egoísmo negocie con sus ilusiones ofreciéndoles una plaga de sustancias asesinas es nuestro compromiso. Es entonces un acto de valentía, de afecto, de contención, de familia que reúne y congrega, que acepta nuevos lenguajes y se esfuerza por amarlos como son y más aún que ellos sepan cuánto se los ama.

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