Seguramente él tenía sus planes para aprovechar aquel
día según sus necesidades, compromisos o deseos.
Pero fue capaz de dejar todo a un lado ante el herido, y
sin conocerlo
lo consideró digno de dedicarle su tiempo.
Papa Francisco FT 63
Cuando nos encerramos herméticamente en nuestra vida y creemos tener todo solucionado, nos quedamos con la imagen de omnipotencia, de poder, de sabiduría sobre las demás personas. Pensamos que en eso consiste
la felicidad, en cuanto hemos “hecho los deberes como corresponde”.
Ahora bien, aparecen en nuestro horizonte los otros seres que reclaman su lugar y existencia. Ya no puedo permanecer en mi estado perfecto que ha solucionado todos los problemas posibles. Hay un momento en que debo salir de ese estado y enfrentar la realidad con otros. Es el riesgo que tenemos que correr.
Este paso es decisivo porque aquí radica el sacrificio, es decir, la consciencia lúcida y efectiva de saber renunciar a mi coraza económica, mental y psicológica para convertirme en un ser solidario para los demás. Hacer un sacrificio significa entender el movimiento de la solidaridad que construye, ante todo, el mundo del “nosotros” para invitar al “yo” a dejar de ser el centro del placer, del saber y del deber.
Hablamos entonces del sacrificio personal cotidiano, es decir, del esfuerzo que hacemos para vivir, por conseguir o merecer algo o para beneficiar a alguien. En clave cristiana es dejar el individualismo a un lado para atender al que se encuentra herido a la vera del camino. Así lo hizo el buen samaritano, pues “la parábola nos advierte sobre ciertas actitudes de personas que sólo se miran a sí mismas y no se hacen cargo de las exigencias ineludibles de la realidad humana” (FT 67).
Sacrificio implica renunciar a algo valioso o precioso, a menudo con la intención de lograr un propósito u objetivo de mayor valor. Por este acto voluntario, tenemos la posibilidad de extender nuestra sensibilidad afinando las preferencias, valorando los espacios y las personas y eligiendo aquello que nos ayuda a caminar juntos.
Aunque la renuncia sea lo más visible, en nuestro interior tenemos la certeza de que siempre lo hacemos por un bien mayor. De esta manera, el sacrificio se envuelve en el manto del bien, como solía repetir Don Bosco, “hacé el bien mientras tengas tiempo”. El bien será nuestro horizonte que se manifestará en nuestros actos.
En la sociedad actual los días que corren lentos o de prisa, nos invitan al “sálvense quien pueda”, actitud que nos lleva a construir trincheras confortables cuya posición central es el sofá. Ya el papa Francisco nos viene previniendo sobre esa peligrosa actitud, que al ser cómoda y casi cotidiana se ha naturalizado en nuestros ambientes. Es el “no te metás”, “mirá para otro
lado”. Este es el relativismo reinante del “vale todo”.
Por eso necesitamos de la conciencia del sacrificio que nos hace abnegados. Además, el sacrificio nos hace generosos, capacitándonos para estar atentos frente a las necesidades de los demás. Abnegación y generosidad tendrán que ser las otras virtudes ocultas que tenemos que animarnos a practicar valientemente y que merecen tener un lugar especial en nuestras programaciones diarias, mensuales y anuales.
Ante este panorama podemos preguntarnos: ¿sólo se disfruta en la vida? Muchas veces sufrimos, nos duele, nos cuesta alcanzar el objetivo, pero sabemos que hay algo más que la mera transpiración. Viene la felicidad. El sufrimiento es un estado, un escalón hacia la felicidad. El sacrificio no es lo definitivo. Por eso lo practicamos una y otra vez y conseguimos vivir con
austeridad y simplicidad en el lugar exacto que nos toca vivir.
Mientras tanto, en el camino, vamos ejercitando esta virtud con las privaciones que hacemos cotidianamente, privaciones voluntarias o aquellas
obligadas por las circunstancias que sufrimos por las administraciones incompetentes que continuamente nos van arrinconando. Esos momentos no queridos nos obligan al sacrificio, pero esto carece de credibilidad. El
verdadero sacrificio es la libre decisión que escogemos mirando hacia lo alto, es decir, buscando nuestra dignidad de creaturas, junto a los otros seres creados.
Miramos al futuro por encima de esas dificultades porque nuestra esperanza es auténtica, sin ataduras, atendiendo amablemente el ritmo de la naturaleza, especialmente de nuestra comunidad humana.
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – JULIO 2023