«Mirame cuando te hablo»

«Mirame cuando te hablo»

«Mirame cuando te hablo»

Ningufonear: ignorar a una persona por concentrarse en el celular.

Por Mariana Montaña
marianammm@gmail.com

Estás leyendo esta nota desde tu dispositivo móvil. Quizá no, pero vamos a jugar un poco con esa idea. Mientras leés, tu mamá, un amigo, el profe… te están hablando. Escuchás lo que dicen pero tardás en responder
porque querés terminar la línea de lectura. Cuando levantaste la cabeza para prestar atención, ya no recordás qué te habían preguntado.

Probablemente hayas vivido esta escena varias veces, estando de los dos lados: quién busca el interés de otro que mira el celular o quien está ensimismado en su teléfono, ignorando al resto. Esta acción es conocida
como phubbing, en nuestro idioma podemos reconocerla como: ningufoneo.

‘Sí, te estoy escuchando’

No hay distinción de edad. Todos, jóvenes y adultos, nos vimos alguna vez metidos en las cosas que suceden en el universo digital, ignorando lo que pasa a nuestro alrededor corporal. Tampoco es una característica de nuestra región, el término se puede encontrar en algunos estudios realizados en Australia en el año 2013. Un periodista optó por crear un neologismo que une dos palabras: phone –teléfono– y snubbing –despreciar–. “Si no me mirás cuando te hablo porque estás enchufado, entonces me estás despreciando”.

Parece exagerado, hemos escuchado muchas veces disculpas del estilo: “sí, te estoy escuchando” o “puedo hacer dos cosas a la vez”. Sin embargo, los estudios sobre el tema han demostrado que no es así. No es cierto que el cerebro pueda hacer dos cosas a la vez, mucho menos mantener dos conversaciones en paralelo. Cuando creemos que lo estamos haciendo, una de las dos es superficial, o ambas.

Ninguna tecnología tuvo una introducción tan rápida en las sociedades como lo fue el uso de los teléfonos celulares. Esta velocidad provoca que tardemos en adaptarnos, y nuestras conductas pueden verse afectadas. Quizá es por este motivo que no nos parezca extraño hacer ‘ningufoneo’ con nuestros hijos/as, con el argumento de que “esto sí es importante”. De ese modo estamos haciendo notar que cuando lo hace un adulto vale, pero si lo hacen los pequeños seguro nos irritamos porque “lo usan para pavadas”.

Lo que es insignificante para una etapa de la vida, no lo es para otra, y ese parámetro lo vamos marcando los adultos que necesitamos ser coherentes.
Los niños, niñas no suelen enfrentarnos en ese momento de uso/abuso, pero ¿qué estamos buscando en nuestras pantallas cuando hacemos “cosas de grandes”? ¿Es quizá que nos cuesta centrar nuestra atención plena en los niños o comenzar una conversación con los más jóvenes?

Reconstruir el clima

Cuando buscamos tener un vínculo de cercanía que implique intimidad, vamos a conceder ciertas pautas: si te cuento algo privado, espero respeto. Escuchar atentamente no es solo brindar oídos atentos, sino mirar a nuestro interlocutor, hacer silencio que propicie un buen clima y no estar pensando en qué responder. Sólo estamos escuchando, y esa es
la parte más activa de la comunicación. Sin embargo, cuando una máquina llena de colores, sonidos y aplicaciones está sobre la mesa, ese clima se rompe. También es cierto que los smartphone vinieron a traernos otras formas de acercamiento a la cultura. Podemos trabajar, concertar entrevistas, comprar entradas para un museo del otro lado del mundo o diseñar nuestro próximo viaje.

Normalizar que alguien no nos mira cuando hablamos, termina empobreciendo el vínculo.

Algo similar pasó con la creación de la imprenta y la edición de libros. Este hecho transformó el modo de leer, ya no se necesitaba estar juntos escuchando a un erudito. La lectura individual propició nuevas ideas y argumentos más variados. Lo que quizá suceda en el ensimismamiento de las lecturas o la navegación, es que no las estamos compartiendo comunitariamente. Las redes tienen otro objetivo: distraernos para vender un producto.

La propuesta es otra: generar ámbitos dónde compartir lo que vemos, lo que nos sorprende, lo que aprendimos. Los espacios educativos que habitamos son ideales para esto, porque allí se produce el encuentro inter-generacional, y es ahí donde salen las mejores riquezas comunitarias.


El “permitido” de la pandemia

Durante la pandemia Covid-19 entre tantas videollamadas, se sucedían conversaciones en paralelo por un chat interno, o por otro servicio de mensajería. Si algo no nos importaba, podíamos habilitar una ventana a otro tema, ignorar a quien esté exponiendo. Pero claro, era un “permitido” de la pandemia.

Habiendo pasado unos años de esas prácticas, las conductas adquiridas se mantienen. Miramos series con el celular al lado, mientras buscamos información del argumento; estamos presentes en una clase pero mensajeamos a un amigo para encontrarnos a la salida; nos reunimos en el trabajo y no nos separamos de las noticias que saltan en las notificaciones. Creemos que estamos “adelantando trabajo”, u organizando
mejor nuestros tiempo
, o como expresan los adolescentes, “lo hacemos porque el profesor es aburrido” o “porque esta clase es un embole”.

Existe una tendencia entre los adultos y es elegir, conscientemente, ignorar estas actitudes para poder continuar el vínculo. Como si expresar la falta de respeto que están sintiendo, arruinaría la relación. Es al revés, normalizar que alguien no nos mira cuando hablamos, termina empobreciendo el vínculo. Lograr relaciones sanas implica pasar por algunas conversaciones incómodas. Estamos a tiempo de modificar conductas, para eso es necesario revalorizar al otro y eso no se puede lograr si no nos conocemos

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