“No había lugar para ellos en la posada…”

“No había lugar para ellos en la posada…”

“No había lugar para ellos en la posada…”

 

Desde que San Francisco de Asís nos regaló la idea de representar el nacimiento de Jesús, el pesebre se ha convertido en una fuente de inspiración para prepararnos para celebrar el nacimiento del niño Dios. Hoy la invitación es a rescatar tres aspectos de esa escena.

1. La fragilidad como elección de Dios

 

Dios se hace humanidad en nuestra fragilidad. No hay nada más frágil y que necesite más cuidado que un “cachorro humano”, al decir de Alberto Morlachetti. Todos los cuidados le son necesarios y no se bastaría por sí mismo de ninguna manera. Si no es alimentado, arropado, acunado, su vida corre riesgos que ponen en peligro su propia existencia. Celebrar la Navidad es cuidar de toda la fragilidad de todas las vidas. Desde el pesebre no existen para nosotros vidas descartables.

2. El “no lugar”

 

El antropólogo Marc Augé definió a los “no lugares” de la sociedad como aquellos espacios donde el ser humano permanece anónimo. Lugares que transita, pero donde no es reconocido por sí mismo. El pesebre es un “no lugar”. Nadie debía nacer en un lugar destinado a dar de comer a los animales. No era un refugio agradable, ni un lugar pintoresco. Ninguno de nosotros, en principio, quisiera que un hijo nos naciera en esa situación, en un lugar y en condiciones no humanas. 

El pesebre también desenmascara los “no lugares” de la sociedad en que vivimos y las condiciones de inhumanidad a las cuáles son sometidas tantas personas a nuestro alrededor. Podemos imaginar a los partidarios de los Herodes de aquel tiempo diciendo que “José y María fueron al establo porque les gusta vivir así”, o que están ahí “porque se lo merecen”; incluso imaginar las brutales agresiones y burlas si tuviesen a mano redes sociales. Lo cierto es que nadie merece ni le gusta vivir en una sociedad que niega la posibilidad de vivir humanamente, que convierte la vida cotidiana en un permanente “no lugar”.

3. Al cuidado de lo frágil

 

Si la fragilidad necesita de nuestro cuidado y los “no lugares” no son lo que deberían ser, el pesebre nos convoca a ser cuidadores y cuidadoras de todas las vidas y a hacer de todos los lugares, lugares habitables para todas las personas, sin ningún tipo de exclusión. 

Para vivir como humanos necesitamos un lugar, una casa, un pedazo de tierra, una manera de poder producir lo que necesitamos y así vivir. La tierra, el techo y el trabajo no deben estar subordinados al lucro, sino a cuidar y defender la vida. 

Es justamente en el cuidado de nuestra inmensa fragilidad que compartimos el ser hechos a imagen y semejanza de Dios. Y es además criterio de nuestra fe y del encuentro con Él. Es en el trato y el compromiso con el necesitado que nuestra ternura se hace salvación, porque lo encontramos envuelto en pañales en un pesebre, pero también con sed, con hambre, desnudo, preso, enfermo (Mt 25, 34-36).

La ternura es la mediación que nos humaniza y que nos permite mirar al otro en toda su dimensión humana. Siempre me pregunté cómo era posible que estando una mujer “a punto de dar a luz”, nadie le ofreciese un lugar. Seguramente el imperio de ayer tendría sobradas respuestas para justificar la negación del otro y su condición en favor de méritos y exclusiones. El descarte de los pobres, los distintos, los que “no son como uno”, no es novedad. Lo que cambió es que hoy tenemos más conciencia del daño que como “sociedades del descarte” somos capaces de producir.

Dice el papa Francisco en la exhortación apostólica Gaudete et Exsultate (101): 

“También es nocivo e ideológico el error de quienes viven sospechando del compromiso social de los demás, considerándolo algo superficial, mundano, secularista, inmanentista, comunista, populista. O lo relativizan como si hubiera otras cosas más importantes, o como si sólo interesara una determinada ética o una razón que ellos defienden. La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte. No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente”.

La Navidad nos invita a ser posada para todos los que han quedado afuera, en los “no lugares” que inventamos racionalmente como sociedad.

 
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