Frente al viento que sopla en este tiempo, quizás sea momento de abrir las ventanas

Frente al viento que sopla en este tiempo, quizás sea momento de abrir las ventanas

Por Pablo Rozen
pablo.rozen@gmail.com

El tiempo que vivimos es un tiempo que podemos definir como “caótico”. La pandemia trajo, además de un virus, la imposibilidad de un orden y de una agenda tal cual la teníamos establecida.  Hay un cuento de la autora argentina Liliana Bodoc que me ayudó a entender un poco este tiempo: se llama Amigos por el viento.

¿“Un viento que todo lo arrasa” y que no “deja nada en su lugar”? ¿Qué hacer frente a estos tiempos? Es una pregunta que parece no tener una respuesta muy fácil de encontrar. Sin embargo, me permito compartir algunas pistas por donde podríamos continuar.

“A veces, la vida se comporta como el viento: desordena y arrasa. Algo susurra, pero no se le entiende”.

La primera es que el caos nos provoca angustia y desánimo porque somos hijos e hijas del positivismo. El orden sigue siendo un mandato y el tiempo algo que hay que aprovechar. Ordená tu cuarto, ordená tus ideas, ordená tu vida, no pierdas el tiempo… tantos mandatos que el viento desordenó. Tantas agendas que quedaron en blanco o con eventos tachados.

Quizás el mito de la creación judeo-cristiano tenga algo para aportarnos: Dios no opone caos y orden de una manera dualista, no hay en este mito una mentalidad binaria, sino que es capaz de crear desde el caos. Dice el texto del Génesis que “la tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios paireaba por encima de las aguas.”  

Un viento, otro viento… capaz de crear, capaz de integrar aquello que nos enseñaron que no era bueno ni posible integrar. “Pairear” es casi detenerse un instante en el tiempo, es ese momento de quietud antes de la explosión del gozo y de la vida. Podemos estar detenidos en contraposición al movimiento, o podemos pairear siendo nosotros mismos ese viento de Dios que se empecina en hacer nuevas todas las cosas.

Esto quizás se deba a que justamente las lógicas binarias nos impiden ver que el Reino de Dios no se detiene, sino que el mismo Dios es un viento al cual abrazamos para pairear y en el caos, construir. No como una oposición, sino como una fuerza que lo integra para implotar gestando nacimientos de mundos donde todo mal sea arrasado.

 

El Reino de Dios no se detiene, sino que el mismo Dios es un viento al cual abrazamos para pairear y en el caos, construir.

El viento nos hermana y nos amiga. “A veces, la vida se comporta como el viento: desordena y arrasa. Algo susurra, pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta aquello que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas. ‘Si querés vamos a comer cocadas’, le dije. Porque Juanjo y yo teníamos un viento en común. Y quizás ya era tiempo de abrir las ventanas”. Termina diciendo la protagonista de Amigos por el viento. Abrir la ventanas para poder respirar e imaginar lo inédito, lo necesario, lo que queremos que ocurra porque allí se juega nuestra felicidad. Porque en definitiva se trata de construir ese mundo donde quepan todos los mundos posibles, donde nuestra palabra sea acción creadora, porque en definitiva somos “un viento de Dios”.

 

Y para eso tendremos que deconstruirnos y también reinventarnos, tendremos que hacer el ejercicio de fantasear, cualidad esencial de un revolucionario, de una revolucionaria, porque solo quienes son capaces de fantasear con un mundo distinto son capaces de darle forma, de lograrlo.

¿Cuál es la huella que hoy dejamos en el mundo?

¿Qué y cómo nos soñamos?

 

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